Por Patricio Guzmán

UN PAIS QUE NO TIENE CINE DOCUMENTAL
ES COMO UNA FAMILIA SIN
ALBUM DE FOTOGRAFIAS

El cine documental nació exactamente en el año 1922 con el estreno del filme NANOOK EL ESQUIMAL (de Robert Flaherty). Desde entonces el llamado «segundo género» no ha hecho más que crecer, recorriendo un camino sorprendente, azaroso y variado.
Los primeros documentalistas fueron grandes exploradores (Flaherty, Vertov, Grierson) que pusieron en marcha expediciones laboriosas hacia los puntos más remotos del globo, para filmar por primera vez acontecimientos o culturas que nadie conocía de cerca. Así trabajó y vivió la primera y la segunda ola formada por hombres legendarios (Karmen, Medvedkine, Ivens, Marker, Rouch, Perrault).

La televisión –a partir de la década del 60– amenazó gravemente a estos pioneros, obligándolos a replantear su trabajo, sustituyéndolos en parte por modernos equipos de reporteros que duplicaron su capacidad de viajar.
Sin embargo, después de esa fecha –poco a poco– los directores de documentales descubrieron que se podía filmar películas sin apenas salir del barrio. Aparecieron incontables cintas documentales sobre cualquier actividad del hombre. Por ejemplo, filmes sobre pintura, arquitectura, música, política, deportes, literatura, medicina, etc., que demostraron que el género documental no sólo era útil para mostrar geografías remotas sino también para seguir, analizar y fotografiar cualquier aspecto de la sociedad.

Un cine más humano

Así empezó a consolidarse el llamado «documental de autor», que hasta hoy día consiste en mostrar cualquier actividad humana, por simple que sea, pero siempre bajo el PUNTO DE VISTA PERSONAL del cineasta.
Fueron películas con mayores recursos narrativos que los viejos documentales. Pero ni la técnica ni el dinero eran lo más importante, sino su manera de contar las historias, exponiendo cada tema con más sentido del relato, sin apoyarse sólo en la voz en «OFF» del narrador sino también en sus propios personajes y utilizando mejor el lenguaje cinematográfico.
La aparición de este nuevo tipo de documentales elevó la categoría del género, que abandonó el «realismo» y la retórica educativa de los primeros tiempos.
Hoy día –en Europa– se producen centenares de documentales de autor… En 1995, sólo en Francia, se produjeron 292 horas de este tipo de cine y ahora, en 2002, la producción ha alcanzó las 2.500 horas… ¡Una verdadera explosión en 12 años!
La duración promedio de estos filmes es de 52 minutos y su costo habitual es seis veces más barato que la película de ficción más barata.
Europa es el primer productor de documentales “de autor” del mundo. Las principales factorías son: France-2, France-3, La Cinquième, Canal Plus, La Sept-ARTE y Planète Cable (en Francia); ZDF y WDR (en Alemania); Channel Four y BBC (en Inglaterra), En la mayoría de los casos, se trata de los canales públicos que han sabido adaptarse mejor a la competencia mercantil, sin abandonar la cultura.
Cada año, estos y otros países organizan importantes festivales y mercados de cine documental en todas partes: Marseille, Lussas, Amsterdam, Nyon, Sheeffield, Cork, Goteborg, Leipzig, Biarritz-FIPA, Paris-DU REEL, Firenze-DEI POPOLI, Bombay, Seoul, Yamagata, Soundance, San Francisco, Toronto, Premio Italia, Oscar de Hollywood, etc. Y muchos acogen a los documentalistas en sus respectivas Academias Cinematográficas.

La necesidad de producir documentales

En el presente y futuro inmediato, es básico apoyar y financiar a los productores y realizadores INDEPENDIENTES de cine documental, por varias razones:
PRIMERO: porque la aparición de los canales de televisión temáticos está creando una demanda cada vez mayor de cine documental en todo el mundo. En 1995, Francia aumentó la producción de este género un 80% con respecto al año anterior. Es muy necesario, por lo tanto, que en el futuro próximo cada país disponga de estos profesionales y no se vea en la obligación de importar todo el material documental que consume. Cada cultura –además– posee una manera distinta de expresarse y los filmes documentales también forman parte de esa voz única y diferenciada.
SEGUNDO: la población universitaria de España y América Latina aumentó considerablemente desde 1970. (En Latinoamérica aumentó quince veces). Millones de jóvenes han podido acceder a la educación superior, animando cientos de campus universitarios en todas partes. Una juventud con nuevos códigos de vestimenta, de sexualidad y de cultura irrumpió hace ya mucho tiempo en el seno de nuestras sociedades, donde ha habido pocos cambios (o ninguno) en la vieja estructura de los canales de televisión fuertes.
¿En el futuro estos sectores más ilustrados aceptarán la programación convencional de las grandes cadenas de TV españolas y latinoamericanas, todavía sin espacios culturales amplios?
TERCERO: si estas grandes cadenas no cambian (es bastante más que probable), de todas maneras seguirán apareciendo más y más canales de televisión «temáticos» (que representan el futuro, con multi-difusiones o programas a la carta) o sencillamente canales alternativos, de barrio o de pueblo. Son un marco mucho más apropiado para el género documental, porque son canales que no interrumpen las obras con cortes publicitarios (recordemos que los documentales de largometraje no soportan bien las interrupciones publicitarias) y la producción se mantendrá o aumentará.
CUARTO: también han hecho su aparición las películas documentales que vienen de las escuelas de cine, muchas de ellas enteramente profesionales tanto desde el punto de vista técnico como artístico. La producción se expandirá más allá de las “productoras” porque muchos grupos o personas podrán comprar o compartir una cámara y un programa de montaje digital.
QUINTO: como ya mencioné, el punto de vista nacional –español o latinoamericano– no puede quedar excluido del género.
Hay más equipos ingleses, norteamericanos, noruegos o canadienses trabajando sobre temas españoles o latinoamericanos, que equipos «nuestros» trabajando sobre ellos.
Las embajadas latinoamericanas en Europa, y las embajadas españolas en Latinoamérica, tienen MENOS material documental sobre nuestra cultura que el que tienen los suecos, los daneses, los suizos, los holandeses o los belgas en sus respectivos países.
Por ejemplo, películas documentales sobre el desierto de Atacama, sobre la jungla brasileña, sobre la guerrilla colombiana, sobre Dalí, sobre Picasso, sobre El Joglars, sobre el flamenco, el tango y la salsa, sobre Neruda, Botero o Borges, sobre la cocina africana de Bahía, etc., son por regla general filmes alemanes, suecos o belgas.
Esto es tranquilizador y a la vez dramático. ¿Qué sería de nuestra memoria histórica y de nuestra memoria artística sin el trabajo, la energía y la creatividad de estos cineastas extranjeros?
No dejamos de hacernos una pregunta: ¿cuánto tiempo más deberá transcurrir para que al menos una parte del valioso patrimonio cultural de España y América Latina sea recuperado por nuestro PROPIO cine documental?